jueves, 27 de septiembre de 2007

ESCRITORAS

“..Si se agostó la flor, vive el aroma.”
Francisco Rodriguez Marín.

Blanca de los Ríos, Antonia Díaz, Mercedes de Velilla. Para muchos no son más que nombres de calles de Sevilla. Para algunos, quizás los menos, son el recuerdo de unas sevillanas, que a lo largo del siglo XIX, en el amplio río del Romanticismo, nos dejaron una estimable obra literaria. Entre la denominada Escuela Sevillana y el genio de Gustavo Adolfo Bécquer van hilando sus poemas y escritos. En sus versos se reflejan los temas de la época, pero suelen incluir en ellos, algunas estrofas dedicadas a Sevilla. En esos versos se anticipa la vena poética que ilumina las primeras décadas del siglo XX en la poesía sevillana.

“Entre naranjos y entre palmeras
las sevillanas cruzan ligeras,
la onda de encaje sobre la sien;
y con el aire de sus andares
se van cayendo los azahares,
formando alfombra para sus pies.”
Escribió Mercedes de Velilla (1852-1918). Es una época de tertulias y reuniones literarias, rodeada de estrecheces económicas en muchos casos, en las que unos y otras daban a conocer sus obras y compartían preocupaciones literarias, como la puesta en valor de nuestros clásicos del siglo de oro, como Tirso de Molina y Calderón de la Barca.
Antonia Díaz de Lamarque, nace en Marchena y muere en Dos Hermanas en 1892, en la Alquería del Pilar, casa y jardines recuperados y conservados desde hace unos años por el ayuntamiento de esa ciudad como lugar destinado a actividades culturales. Alcanza un alto grado de reconocimiento en la Sevilla de su tiempo. Admirada como maestra por Blanca de los Ríos, quizás la última y más conocida de estas autoras, con una importante labor erudita y poética, y que hoy, lamentablemente casi hemos olvidado. Escribió estos versos a la muerte de Antonia Díaz:
“Esta mujer, cifra y modelo
de todos mis eternos ideales;
Este ser todo luz, todo armonía
todo amor y transportes celestiales;
este espíritu augusto, es la poesía.”

lunes, 24 de septiembre de 2007

TRIANA


Termina el verano, y todo invita a recordar nuestros lazos con esa parte esencial de Sevilla. Mis padres, él de Utrera y ella de Zaragoza, vinieron a vivir en Triana en su infancia y juventud respectivamente y allí se conocieron, en sus paseos desde el Altozano hasta la plaza de la Magdalena, yendo y viniendo a Sevilla. Durante la infancia fueron constantes mis visitas a las casas familiares, recorriendo Pagés del Corro, San Jacinto, Rodrigo de Triana, Luca de Tena, Pureza y el Altozano. Más adelante, viví un tiempo en la casa de mi tío Julián en la calle Pureza. Allí aprendí a degustar la cocina andaluza de la abuela, gaditana de San Fernando y el trato amable de los tenderos y comerciantes.
¿Porqué se queda tan dentro una parte de tu vida?. Muchos años después, sigo recordando los olores, las casas, los cines de verano, las freidurías, como la de la calle Betis, sobre el antepecho del río, en la que vendían unos suculentos pavías. Los alfares, siempre referencia de los trabajos cerámicos de mi padre: “…aquí, en Montalbán, hice los cacharros de la exposición de 1960…, y en este bar, comía con los operarios del taller, antes de volver a la tarea…”. Arquitectura mudéjar en Santa Ana, barroca en San Jacinto y blanca en el Convento de las Mínimas eran mis referentes, junto con el grupo escolar Reina Victoria de Aníbal González. Y la imagen seductora de Sevilla y el puente desde la calle Betis.
No he dejado de pasear por el barrio, año tras año. Cada vez siento una atracción mayor por las cerámicas trianeras. Tierras, agua, fuego y arte popular. Los azulejos de la farmacia del Altozano, los de Bacarisas de la Casa de Reinosa y los anuncios de cerámica de tiendas, bares y medianeras. En el bar Las Golondrinas y en las confiterías Filella encuentro los sabores del recuerdo. En el Sol y Sombra de la calle Castilla, un lugar para disfrutar y para la amistad. Afortunadamente Triana está viva, sigue estando allí.

miércoles, 23 de mayo de 2007

FABIÉ


En el barrio de Triana existe una calle rotulada con la palabra Fabié. Va de Pureza a Rodrigo de Triana y se abre a la calle Rocío. Durante los años de mi infancia recorrí muchas veces la calle Pureza. Veía esa palabra en la pared y sin saber que significaba, la guardaba en mi memoria. Mucho tiempo después aprendí que hacía referencia a Don Antonio María Fabié y Escudero, ilustre sevillano del siglo XIX, nacido en el barrio de Triana, que forma parte de ese grupo de personalidades sevillanas que han pasado de una manera u otra al olvido. Hoy estamos muy informados sobre personajes de méritos limitados y desconocemos la labor de algunos sevillanos que han sido notables por su profesión, por su importancia científica o artística. De vez en cuando me gusta dedicar unas líneas a alguno de ellos.
Antonio María Fabié es uno de los más ilustres. Estudia en nuestra Universidad, formándose con un profesorado interesado en las últimas corrientes del pensamiento, como el krausismo y las teorías de Darwin, difundidas por Antonio Machado y Núñez, desde su cátedra de Historia Natural. Machado abrió oficialmente el curso académico de 1873-1874, con un discurso sobre la teoría de la evolución.
Fabié compartió aulas con Marcelo Spínola, Joaquín Pastor y Landero, y Francisco Pagés del Corro, entre otros. Miembro de la Reales Academias de la Lengua y de la Historia, es autor de escritos decisivos sobre la figura de Fray Bartolomé de las Casas. Elegido senador, diputado y miembro del Consejo de Estado en sucesivas legislaturas a partir de 1884, llega a presidir dicho Consejo de Estado en 1895.
Como se puede apreciar en esta reseña, es un sevillano que merecería estar en la memoria de todos y ser conocido por nuestros estudiantes. Somos algo más que tradiciones y fiestas populares. Solo si conocemos y valoramos la labor de aquellos que nos han precedido, podemos decir que amamos y conocemos a nuestra ciudad.



sábado, 24 de febrero de 2007

OLAVIDE

Pablo de Olavide, inteligente y precoz, educado en los jesuitas de Lima, genuino hijo de la Nueva España y seguidor de Voltaire y la Ilustración francesa, es nombrado asistente de Sevilla en 1767.
Afronta su tarea con mente racional, y para ello ordena dibujar el primer plano de Sevilla (1771), dividiendo la ciudad en cuarteles y manzanas y rotulando con azulejos cada una de ellas. Necesita conocer el objeto de su administración. Regula y ordena la limpieza y alumbrado de la ciudad, los baños del río, el saneamiento del barrio de “la Laguna” con el arquitecto Molviedro, y adecenta la orilla izquierda del río con paseos.
Realiza una labor ingente: reforma universitaria, libertad de comercio, navegación del río, reforma agraria, etc. Poco a poco va afectando a todos y cada uno de los sectores de la ciudad, tocando sus privilegios. La inmensa tarea desarrollada en Sevilla y en la repoblación de Sierra Morena simultáneamente, solo se entiende para un hombre acostumbrado a la escala de América y sus inmensos territorios. Asimismo, ello explica su ausencia de prejuicios y cautelas para las reformas emprendidas. Finalmente pone en marcha de nuevo el teatro en Sevilla, recopilando textos, edificando teatros y abriendo la primera escuela dramática de España. Todo ello contra la tradición y costumbre que hacía que en Sevilla no hubiera comedias desde hacia un siglo.
Cuando su tarea llega al máximo de actividad el Santo Oficio procede contra él, y es encarcelado el 14 de noviembre de 1776. Solo hacía nueve años que había llegado a Sevilla. Fue condenado a exilio perpetuo de Madrid, Sevilla y Sierra Morena, de Lima, y de Andalucía, y sus bienes confiscados.
Pablo de Olavide representa el drama de los hombres de su tiempo, la duda entre fe y razón, entre patria y modernidad. Para nosotros es el ejemplo permanente de alguien que quiso una Sevilla mejor en una sociedad culta y no se lo permitieron.

lunes, 29 de enero de 2007

JUAN DE MAIRENA

Conocí a Juan de Mairena en la Sevilla de los años cincuenta. Era maestro y preparaba a los alumnos para el ingreso de Bachiller. Hombre modesto. Pulcro. Traje marrón muy repasado y zapatos brillantes. Gafas de aro y reloj en el bolsillo superior de la chaqueta, con cadena de cuero trenzado en el ojal de la solapa. Insistía una y otra vez sobre la caligrafía y la lectura. De vez en cuando, a la pregunta de un alumno, la clase se detenía y explicaba un suceso de historia de España o algún pasaje del Quijote o del Lazarillo.
Años después lo volví a encontrar en unas clases nocturnas en la Sociedad Económica de Amigos del País, en la calle Rioja. Alrededor de una gran mesa ocho o diez alumnos de inglés y dibujo. Los periódicos de la tarde y sus noticias terminaban siendo el objeto de las clases.
Si, ya se que el Juan de Mairena que Antonio Machado relata murió en 1909. Pero les puedo asegurar que cuando leí “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”, yo ya lo conocía.
Ese profesor cuarentón, de aires decimonónicos, que vivía de dar clases de gimnasia y daba clases nocturnas de retórica. Permanente aspirante a la Cátedra de Sofística en la imaginaria Escuela de Sabiduría Popular. Ese heterónimo de Machado, ha estado siempre entre nosotros. Siguen vigentes sus reflexiones sobre política (“…los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie”), pensamiento (“…confieso mi escasa simpatía hacia aquellos pensadores que parecen estar siempre seguros de lo que dicen…”), cultura (…escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia.”)
Juan de Mairena pertenece a ese grupo de sevillanos que ama su ciudad porque ama el mundo y su complejidad. Optimista con sentido común y escéptico ante el escepticismo.

viernes, 26 de enero de 2007

LA JUDERIA

El seis de junio de 1391 un numeroso grupo de sevillanos entró en la Judería (los actuales barrios de Santa Cruz, Santa María la Blanca y San Bartolomé) dando muerte a cuatro mil judíos. A lo largo de la primavera, el Arcediano de Ecija, don Fernando Martínez, recorrió Sevilla, con arengas contra la religión judía y sus creyentes. Tras algunos incidentes previos, por fin, con los primeros calores de junio, un numeroso grupo de exaltados invadió el recinto, entrando por las únicas dos puertas existentes, la de la calle Mateos Gago y la Puerta de la Carne. La matanza duró un día entero.
Nunca más volvió a existir un barrio judío como tal en Sevilla. Las sinagogas se transformaron en iglesias, Santa María la Blanca y San Bartolomé, o simplemente desaparecieron, como la que ocupaba la actual plaza de Santa Cruz.
Cuando el treinta y uno de marzo de 1492, se decreta por los Reyes Católicos la total expulsión de los judíos de los reinos de Aragón y de Castilla, (“. . . acordamos de mandar salir a todos los judíos de nuestros reinos, que jamás tornen…”, ) en Sevilla solo es el final de un proceso que comenzó cien años antes. Desde la conquista de Sevilla por Fernando III, la autoridad de los reyes había velado por respetar y hacer respetar los derechos de las minorías hebrea y musulmana, dejándoles el libre culto de sus religiones respectivas. Siempre recordamos las ciudades andaluzas como ejemplo de convivencia de las tres culturas. Mucho tiempo a transcurrido desde entonces. Hoy nos vemos como una sociedad democrática y desarrollada en la que se viven estos acontecimientos como algo ajeno y muy lejano. Sucesos como el asalto de la Judería, nos ponen frente al hecho cierto de que la xenofobia y las posiciones radicales pueden generar verdaderas tragedias en cualquier momento. Las noticias de todos los días traen aires racistas e intolerantes, que surgen a nuestro alrededor.

lunes, 22 de enero de 2007

MEDIR EL MUNDO


Al principio del verano de 1735 el sevillano Antonio de Ulloa, en compañía de Jorge Juan y otros científicos llegan a Cartagena de Indias. Desde allí emprenden viaje a Quito, comisionados por la Academia de Ciencias de Paris para medir con exactitud un grado de meridiano en el Ecuador. Paralelamente otra expedición realizaba la misma tarea en el Polo, con el fin de establecer la forma del globo terráqueo, confirmando las teorías de Newton.
Antonio de Ulloa y de la Torre-Giralt, fue una gran personalidad científica del siglo XVIII. Nacido en Sevilla, en la calle que hoy lleva su nombre, cerca de la plaza del Museo. Marino de carrera, se forma en la Academia de Guardiamarinas de Cádiz. Llegó a ser miembro de la Sociedad Real de Londres, de la Academia de Ciencias de París, Copenhague y Estocolmo. Autor de numerosos libros científicos, estudió electricidad y magnetismo, aplicó el microscopio solar de reflexión al estudio de la circulación sanguínea de peces e insectos y proyectó el canal de navegación y riego de Castilla y descubrió el platino.
La ciencia española realizó un gran esfuerzo durante el siglo XVIII en ponerse al día. En lugar de prohibir los estudios fuera de España, como se había hecho durante la Contrarreforma, se concedieron becas para formarse científicamente en el extranjero. Los Reales Colegios y las Academias fueron el fruto de esta política.
El Almirante Antonio de Ulloa, era un sevillano que amaba a Cádiz, donde murió en 1795. Con apenas veinte años realizó un gran viaje para medir el planeta. Pero no solo trianguló un meridiano, sino que colocó la razón y la ciencia en el centro de nuestro mundo.
Sevilla necesita que recordemos a los grandes hombres que nacieron entre nosotros. Aquellos que con su talento supieron desarrollar una labor de alcance universal. Escritores y pintores, pero también científicos, profesores y hombres de empresa. Son el ejemplo a seguir.

jueves, 18 de enero de 2007

PORTADAS


Desde que era un niño y recorría la calle Santa Paula, siempre me llamó la atención el contraste entre la sencillez de la vida del barrio y la grandeza de algunos de los edificios del mismo. La mayoría de ellos, iglesias y conventos, estaban casi siempre cerrados y eran las torres y espadañas las que nos asombraban. Pero sobretodo, eran las portadas las que centraban mi admiración y daban pié a mil y una conjeturas.
San Marcos, cerrado y vacío tras la portada gris de líneas sencillas, con sus escalones que nos servían de lugar de encuentro y juego. Santa Isabel con una portada suave y luminosa, como aplicada sobre el muro, todo equilibrio y serenidad. San Luis, altiva y compleja, con sus columnas retorcidas tras una verja custodia. Los Terceros, en tonos verdes y almagras, con pequeñas imágenes evocadoras y extraños símbolos. Y otras muchas.
Pero era la portada del Convento de Santa Paula, la que resultaba más llamativa y fascinante. Detrás del postigo de ladrillos claros y oscuros, aparecía un jardín con limoneros, cipreses, arriates y palmeras. Parecía que eso era todo, pero al fondo, a la derecha, casi de repente, la portada de la iglesia. Para poderla contemplar había que retroceder entre los arriates. Era una portada de colores. Nunca me dejaban de asombrar los azules, verdes, amarillos y blancos que brillaban. Las letras, el monumental escudo. El contraste entre el mundo doméstico del jardín del compás y la portada, sugería tiempos pasados que quedaban por conocer.
Es un lugar al que siempre vuelvo, cada vez con más conocimientos y experiencias, que me permiten explicar, orígenes, técnicas, circunstancias históricas, destrezas de los oficios. Pero cada vez me doy cuenta de la difícil sencillez, del equilibrio que ese lugar tiene. Allí está casi todo. Los patios romanos. Los jardines musulmanes. El ladrillo mudéjar. La cerámica italiana. Los azulejos trianeros. Y mis recuerdos.

miércoles, 17 de enero de 2007

RETRATO DE SILVERIO



“Entre italiano y flamenco, ¿cómo cantaría aquel Silverio?
La densa miel de Italia con el limón nuestro,
iba en el hondo llanto del siguiriyero.”
Federico García Lorca.

Hace unos años participé como escenógrafo en un espectáculo sobre la historia del cante flamenco.
En una de sus escenas principales, se evocaba la figura poderosa de Silverio Franconetti, que abrió las puertas del cante flamenco, más allá de los orígenes gitanos y del folclore andaluz. Era la síntesis primordial que iniciaba hace ciento cincuenta años un camino abierto y sin límites. Junto a los desarrollos lentos y repetitivos del arte popular, un artista, un creador, marcaba un nuevo rumbo. Eso despertó mi interés por el personaje.
¿Quien fue Silverio Franconetti? Un sevillano nacido en 1829, bautizado en la parroquia de San Isidoro. Sus padres, un militar italiano afincado en Sevilla y una alcalareña. Desde niño le gustaba oír cantar a los gitanos de las fraguas de Morón. Se inicia en el cante en Sevilla y Madrid, donde empieza ha ser conocido. Se marcha a América, donde vive una juventud aventurera, pasando por diverso trabajos. Regresa con aspecto de indiano y vuelve al cante, incorporando las experiencias de las melodías criollas.
Aunque no existen grabaciones de sus cantes, toda la historiografía del flamenco lo destaca como una figura de trascendencia sin igual. Tanto en su modo de interpretar, como en su intuición para dar paso, en los cafés cantantes que abrió en nuestra ciudad, a un nuevo tipo de cantaores, que se enfrentaba noche tras noche a un público ávido de novedades. El romanticismo y el modernismo coexisten con esta época del flamenco y aportan su visión literaria.
Antonio Machado y Álvarez “Demófilo”, comenta “…los cafés matarán por completo el cante gitano en no lejano plazo…”. Concluye la época hermética del flamenco. Cuando Silverio muere en Sevilla en 1889, el cante flamenco se abre al mundo.

martes, 16 de enero de 2007

RETRATO DE BECQUER




Al brillar de un relámpago nacemos,
y aún dura su fulgor cuando morimos,
¡Tan corto es el vivir!
La gloria y el amor tras que corremos,
sombras de un sueño son que perseguimos.
¡Despertar es morir!
Rima LXIX.


Siempre me atrajo el retrato de Gustavo Adolfo Bécquer que pintó su hermano Valeriano. El poeta joven, tiene el pelo largo, con rizos oscuros y un tanto desordenados. Bigote fino y perilla. Una mirada fija. Rasgos suaves pero una decisión tomada: realizar todos los sueños de un poeta que lleva en su interior el ardor del Romanticismo. Sin embargo la historia no iba a ser tan fácil. El autor de las Rimas, auténtico punto de partida de la poesía moderna en lengua española, no disfrutó del éxito en vida.
Gustavo Adolfo, hijo del pintor costumbrista José Domínguez Bécquer, dibuja y escribe desde muy joven. Confiado en sus posibilidades artísticas, deja atrás Sevilla y con dieciocho años marcha a Madrid. Allí se incorpora a la vida de la bohemia romántica, tras los pasos de Byron y Heine, en la agitada segunda mitad del siglo XIX. La caída de Isabel II y los acontecimientos que desembocan en la Primera República suceden en plena redacción de las Rimas, que no verá publicadas. Muere a los treinta y cuatro años. Atrás han quedado horas dedicado a trabajos para sobrevivir: biografías de políticos, traducciones, dibujos, escribiente, zarzuelas de poca monta, junto a privaciones que quemaron su salud.
Sus últimas palabras: “Todo mortal”, son el comienzo del crecimiento de una obra poética que Luis Cernuda calificó como “ … un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición que llega a sus descendientes."
Aunque el Bécquer de sus últimos años madrileños es un señor de traje oscuro, porte severo y un tanto conservador, es en el retrato que pintó Valeriano Bécquer donde reside la esencia del poeta romántico, que todos hemos admirado.

ALEGRE Y CONFIADA

Al igual que en la comedia de Jacinto Benavente, Sevilla nos recuerda a "La ciudad alegre y confiada". Por lo menos esa parece ser la imagen que ofrece nuestra ciudad a los visitantes, según los resultados de la encuesta publicada hace unos días por la Universidad de Sevilla y el Consorcio de Turismo.
Divertida y atractiva, dicen unos. Una ciudad con un estilo de vida propio, dicen otros. Una ciudad viva y con alegría. Y siguen otros elogios: una ciudad desarrollada, limpia y segura; hospitalaria y con buen clima; con gran riqueza histórica y monumental; con una deliciosa gastronomía. Desde luego volveremos, dicen casi todos.
Como en la comedia, puede que los problemas no estén a primera vista. Que no se perciban en una visita de fin de semana, en la que los principales monumentos y una agradable velada en una terraza, ocupan las horas. Son sensaciones que contrastan con los indicadores culturales y económicos de los diferentes anuarios publicados, en los cuales la posición relativa de nuestra ciudad pierde puestos en el conjunto de España. Sevilla mejora, pero más lentamente que otras ciudades a las que mirábamos desde lo alto de las estadísticas hace poco. Solo hace falta visitar algunas ciudades españolas, para darnos cuenta de cómo han mejorado en la calidad de servicios y en todo aquello que el ciudadano necesita cotidianamente. Equipamientos urbanos, transportes, infraestructuras, servicios municipales…
La reputación de Sevilla aguanta y el mito no se deshace en unos pocos días. La vieja dama mantiene su atractivo. Quizás no sea la realidad del día a día, pero de todas maneras, así es como nos ven. Una ciudad bella, con calidad de vida y otros lugares comunes semejantes. Por otra parte, es posible que la mayoría de los sevillanos esté de acuerdo con esta imagen. Quizás no solo estemos alegres y confiados, sino también satisfechos. ¿Porque preocuparnos entonces?

jueves, 28 de diciembre de 2006

MEDIODÍA

“Lo peor de Sevilla es el sevillanismo. Al volver ahora sobre el tema de la ciudad después de unos años de alejamiento lo que más me desagrada en ella es su exaltación, sobre todo la exaltación literaria. Literariamente Sevilla está demasiado hecha, demasiado trabajada. Dejémosla estar. La única manera de no torcer su sentido será no pretender interpretarlo. No añadirle cosas; dejarla desnuda; cuanto menos literatura mejor.” Manuel Chaves Nogales. Sevilla desde dentro y desde fuera. MEDIODÍA Revista de Sevilla. Número 1. Junio de 1926.
Estas líneas me parecen una declaración de amor a su ciudad por parte del autor, en la misma medida que un buen maestro cifra todo su saber en contribuir al desarrollo de su alumno, sin intentar torcer sus potencialidades, su sentido y expresa su cariño al hacerlo sin forzar su personalidad, si tener que repetir modelos previos.
Los poetas y artistas sevillanos del primer tercio del siglo XX son invocados frecuentemente como los mejores intérpretes de las esencias de la ciudad. Creo que ellos querían una Sevilla mejor que la que conocieron. En el editorial del citado número de la revista MEDIODÍA se puede leer: “Para ello una sola norma: depuración. Pocas ciudades tienen que lamentar una falsa leyenda emplebeyecida, un cúmulo tan denso y pesado de equívoca literatura como nuestra ciudad. A mal semejante solo una rigurosa depuración puede oponerse. Depuración en todos los órdenes dentro de una fina cordialidad para los diferentes gustos y tendencias…”. Esta declaración la respaldan con su presencia en la revista, Manuel Chaves Nogales, Eduardo Llosent y Marañón, Juan Miguel Sánchez, Joaquín Romero Murube, Rafael Laffón, Alejandro Collantes de Terán, Felipe Cortines y Murube, etc…
Ochenta años después del primer número de MEDIODÍA Revista de Sevilla, y en los comienzos de un nuevo siglo, podemos pedir como Chaves Nogales, que nadie pretenda interpretarnos. Somos los sevillanos los que hacemos la ciudad.

miércoles, 29 de noviembre de 2006

UNA VENTANA


Si rodean el ábside barroco de la Iglesia de Santa Catalina, pueden ver una ventana que durante años he admirado y que siempre me ha fascinado. Está frente a la plaza de Ponce de León, lugar de juegos en mis años de estudiante en el colegio de los Escolapios. Cuando los pequeños esperábamos algo nerviosos la hora de entrar y cuando, ya mayores, merodeábamos por los alrededores.
Esa ventana, con fuerte reja, está rodeada de adornos de cerámica vidriada. Hoy como entonces, me detengo ante ella, y especulo con los símbolos y las soluciones decorativas. El pozo y la fuente. Las flores y los árboles. La torre. El sol, la luna y las estrellas. La casa y la ciudad. Las pequeñas piezas cerámicas incrustadas en las molduras de la ventana son ilustraciones de un relato complejo que formalizó nuestro admirado Leonardo de Figueroa, arquitecto de la capilla sacramental. Elementos para una escenografía barroca en un auto religioso de Calderón de la Barca.
Toda la Iglesia de Santa Catalina es un auténtico relato de nuestra historia arquitectónica. Está construida con fragmentos que se mantienen uno al lado del otro, hasta constituir un edificio genial. A la mezquita e iglesia mudéjar, se le añade la capilla sacramental en 1721, obra extrema del barroco sevillano. Después de la apoteosis magistral de la Iglesia de San Luis y de la magnificencia del Palacio de San Telmo, esta capilla representa el auténtico legado de los arquitectos Figueroa, pues fue concluida por los hijos de Leonardo. La linterna de la capilla con su remate en espiral y la cúpula interior, son parte esencial de la mejor arquitectura de Sevilla.
La política urbanística de ensanches de principios del siglo XX, convierte a la iglesia en un templo exento, al abrir la calle Almirante Apodaca. Y es entonces cuando la mano firme de otro arquitecto genial, Juan Talavera, coloca la portada gótica de Santa Lucía en Santa Catalina en 1929. Se cierra el círculo. La obra está completa.
Nota: un amable lector me indica, que no son símbolos desconocidos sino que pertenecen a la Letanía Lauretana, inspirada en el Cantar de los Cantares. Le agradezco el tirón de orejas y la información.

lunes, 27 de noviembre de 2006

CONVERSACIONES CON DON MANUEL


A lo largo de los últimos años tuve la suerte de poder conversar en repetidas ocasiones con D. Manuel Grosso Valcarce. Charlas distendidas, en las que se repasaban temas de interés común, fundamentalmente sobre la arquitectura y el urbanismo de Sevilla del siglo XX, que el conocía de primera mano y profundamente, y otras cuestiones varias. En estas conversaciones recuperé un gusto por escuchar, por conocer directamente de las personas con experiencia, todo lo que tienen que trasmitirnos como patrimonio de la colectividad.
El desarrollo urbano de Sevilla después de la Guerra Civil, Nervión, Los Remedios. Los inicios y consolidación de la Costa del Sol en su desarrollo turístico. Su rica experiencia en diversos países. Los entresijos del mundo de los grandes hoteles. Y el caudal inagotable de conocimientos, fruto del trato personal con personalidades sevillanas como los arquitectos Juan Talavera Heredia y Antonio Delgado Roig. Aquellas charlas ocupaban una hora o algo más al filo del mediodía y tenían como fundamento la propia vida de D. Manuel, y como vehículo su admirable lucidez y claridad mental.
En varias ocasiones comentamos los distintos proyectos y mejoras de la Feria de Abril. En especial su trabajo: "La Feria de Sevilla, Estudios Municipales del Teniente de Alcalde Don Manuel Grosso Valcarce Sevilla 1944". En él figura el que sin duda ha sido el proyecto más ambicioso de nueva implantación de la Feria de Abril: la instalación del recinto ferial en Los Remedios, diseñada por Juan Talavera. En la misma publicación se incorpora una propuesta de instalación en el Sector Sur, en la que ya aparece una portada del recinto, clara antecesora de las que diez años después se empezaron a instalar en el Prado.
El recuerdo de estas conversaciones me hace pensar en que vivimos equivocados. Dedicamos muy poco tiempo a poder hablar con las personas que apreciamos.

AMÉRICO VESPUCIO


El 22 de febrero de 1512 muere en Sevilla el navegante Américo Vespucio. Personaje controvertido en España por arrebatar a Colón el honor de dar nombre a las tierras descubiertas. Casi nunca se menciona entre nosotros su relevancia en la historia del descubrimiento de América. En Sevilla deberíamos cuidar más esta relación con Américo Vespucio. Es uno de los descubridores que más vínculos tiene con la ciudad, ya que vivió aquí durante unos años.
Florentino de nacimiento y vinculada su familia a los Médici, y con una amplia formación humanística, se instala en Sevilla el crucial año de 1492, a la edad de treinta y ocho años. Entusiasmado con los relatos de Colón, con el que trabajó y colaboró en la preparación de embarcaciones para sus viajes, Vespucio decidió integrarse como navegante, en la expedición de Alonso de Ojeda y Juan de la Cosa en 1499. Después de que el tercer viaje de Colón finalizara sin haber encontrado un paso hacia el oeste, Américo se dirige al sur, descubriendo la embocadura del Amazonas y el Orinoco.
En su segundo viaje, por encargo de la corona de Portugal, recorre la costa de Brasil, hasta descubrir la bahía de Río de Janeiro. Es en este viaje, en el que llega hasta latitudes meridionales muy bajas, cuando empieza a formar su idea de que no están en las Indias. En 1502, publica un pequeño libro en el que habla por primera vez de las tierras descubiertas como un “Nuevo Mundo”. Finalmente es nombrado Piloto Mayor por el rey Fernando, y se le concede la ciudadanía castellana. Se instala de nuevo en Sevilla donde permanece hasta su muerte.
Ya en 1507 el nuevo continente empieza a denominarse América, y figura así en la cartografía de la época. A diferencia de Cristóbal Colón, Américo Vespucio parece que tuvo la certeza de que habían viajado a un nuevo continente. Lo creyó y lo publicó. Recordemos a uno de nuestros vecinos más ilustres y más ignorados.

UNA MIRADA


No encontrarás, otro universo
Que tu propio mundo, hecho
A tu imagen y semejanza,
Día a día, en ti mismo.

José Ruesga Salazar. “Los poemas proféticos” .1984.


En estas breves líneas, el autor nos habla del conflicto entre el mundo exterior y la propia realidad del universo interior de todo creador. Un universo inaprensible, pero que se vislumbra a veces en la búsqueda artística. Hoy voy a escribir de este artista sevillano: José Ruesga Salazar, mi padre. En los últimos años he pensado en él, en su obra, y en lo difícil que resulta mirar tan cerca, porque en lo bueno y en lo malo, te ves a ti mismo.
Precoz dibujante, estudia Artes y Oficios en la calle Zaragoza, y Bellas Artes en la Escuela de Santa Isabel de Hungría. Colorido con Rico Cejudo y Santiago Martínez, escultura con Illanes, cerámica con José Recio. Tras la Guerra Civil, y en sus primeros años profesionales colabora con los pintores Francisco de Hohenleiter y Juan Miguel Sánchez y con el arquitecto Juan Talavera Heredia, estando vinculado a proyectos como el Pueblo Andaluz en el recinto ferial de Los Remedios y el Bar Laredo.
Pinturas, dibujos, grabados y cerámicas forman parte de una obra larga. Sus murales cerámicos de Deportes Z en la calle Sierpes forman, por fortuna, parte del paisaje de urbano de Sevilla para siempre. Profesor durante años, recoge el reconocimiento de maestro por muchos de sus alumnos. Los últimos treinta años buscó en sus pinturas y dibujos y después en sus poemas, la expresión de ese universo interior. La serie de grabados “Los mutantes”, me sigue pareciendo la que mejor sintetiza ese camino. No hace mucho tuve la suerte de poder ver en los fondos de la Universidad de Sevilla una pintura de sus años de Bellas Artes, que afortunadamente se conserva. Una composición fantástica en la que aparecen músicos, mascaras teatrales, etc., centrada por una torre circular. Todavía hoy su búsqueda continúa.

EL ESPÍRITU DE LAS COSAS


«Uno se acerca a estos interiores con la sensación de que esta contemplando una pintura que no es actual. Un poco después advierte cuanto hay aquí de poética ironía, de deliberado e inteligente retorno, y es cuando se ve el afán de lograr un arte que sea comunicación estrecha con el espíritu de las cosas». José Hierro. Acerca del pintor sevillano Joaquín Sáenz y la vieja imprenta como tema recurrente de su pintura.
He llegado a creer que las cosas tienen un espíritu. Lo he sentido visitando casa vacías, deterioradas, que me disponía a rehabilitar. Viejos teatros, con escenarios de maderas gastadas y mazos de cuerdas de las tramoyas, que transmitían los ecos de tantos y tantos artistas que habían pasado por allí. He buscado el espíritu de esos viejos edificios para acometer lo más correctamente posible su rehabilitación. En la convicción de que si conseguía preservar ese espíritu, la nueva vida del edificio, conectaría con la anterior, y los nuevos usuarios disfrutarían de una placentera sensación. Lo bello desde lo profundo.
Es un mensaje que se desprende de las cosas usadas, gastadas. Suaves o toscas al tacto. Piedra, madera, cristal. En grandes objetos, como las botas de roble de una antigua bodega, y en las pequeñas botellas de perfume que se alinean en una vitrina o en un estante. Cajas de todos los tamaños y materiales que encontramos en las mesas de un anticuario. Goethe afirmaba que los artistas ven el espíritu de las cosas. En el arte oriental, los pintores y dibujantes intentan captar en sus obras esa energía vital que desprenden los objetos. Lo más característico de la pintura de Giorgio Morandi son los grupos de objetos que constituyen, una y otra vez, el tema de sus cuadros. Un mundo de botellas, jarros, tazas, pequeñas cajas…. Viejos edificios y objetos gastados por el uso, nos transmiten emociones. Pase las manos por las cosas. Siempre nos cuentan algo.

SEDUCCION

Admito que me gustan las ciudades, la vida urbana. Me encuentro a gusto en las calles y plazas de cualquier ciudad. Los comercios, los teatros, las terrazas de los bares y restaurantes. Pero en estos días de primavera reconozco que es fácil dejarse seducir por la belleza del campo andaluz. La explosión de colores raya en lo increíble. Verdes de trigo. Amarillos, morados y blancos de toda clase de flores. Los becerros hundidos en la hierba. Ribazos marcados por amapolas y cardos. Los olivos abotonados por centenares de iniciales frutos. Y una luz transparente detrás de la lluvia.
Todos los tópicos tienen una base, y estos días aparecen con fuerza las razones de nuestra identificación con la vida agraria. A pocos días del inicio de la Feria, vemos como los tiempos han ido cambiándola. Lo que empezó por un encuentro de lo urbano en lo rural, el paseo señorial de coches y jinetes que visitaban una feria de ganado, se ha convertido en una inclusión del imaginario rural en plena ciudad. El mercado ganadero se desvanece poco a poco, y ya en 1869 Gustavo Adolfo Bécquer, escribe: “Sobre las ruinas de las tradiciones típicas y peculiares de Andalucía, (...) se ha levantado la Feria de Sevilla, que obedeciendo a un pensamiento ecléctico, quiere reunir y armonizar lo que se va con lo que se viene,…” Todo es una inmensa representación de lo rural, dentro de la geometría urbana. Hablo claro está de la feria de día. Una suma de elementos simples, que se engarzan bajo una luz singular que da sentido a todo. Con una inmensa capacidad de seducir. Este juego de seducciones se prolonga en la indiscutible dimensión femenina de la fiesta. Los trajes de flamenca. La reconversión de la bata campesina en un sofisticado vestido que florece en los bailes por sevillanas. Colores y formas que atrapan la luz y la mirada. Ver y ser vistos. Anticipar y ajustarse para el encuentro. La fiesta de los sentidos.

LA CIUDAD EN EL ESPEJO

Hubo un tiempo en que la ciudad se representaba a si misma en los desfiles procesionales de la Semana Santa. Nazarenos en la comitiva y espectadores en las calles. Eran parte de un todo. Y en la mayoría de los casos, con cometidos intercambiables. Unos días espectadores y en algún momento actores principales. Todos, unos y otros, poseían las claves para entender lo que ocurría y porqué. Era un tiempo en que la ciudad era una sola, con la redondez de una almendra, con una imagen definida de sí misma. Desde la Campana a la Catedral era el centro. Todo el año y durante la Semana Santa. Las cofradías venían de los gremios y de los barrios. Se trasladaban al centro de la ciudad para encarnar ante la ciudad oficial las distintas formas de interpretar el ritual. Primero, ante la ciudad civil, en la plaza y a continuación en las bóvedas del templo grande, ante la autoridad religiosa.
Después, en la vuelta, al llegar al barrio, el esfuerzo y el cansancio de las horas pasadas se superaban con la emoción. El nazareno había recorrido una vez más las calles de la ciudad. A través del antifaz terminaba el día con una colección nueva de imágenes y recuerdos. Los pavimentos sentidos paso a paso. Las caras de los niños en las primeras filas y las mujeres que los acompañaban. Las paredes de las casas frente las cuales se detenía la comitiva. Cuando el parón era largo, el nazareno descubría detalles que antes habían pasado desapercibidos. Los nudos de las rejas. El número de clavos de las puertas. Las formas caprichosas de los desconchones. Y siempre los olores. Cera e incienso. Aceite frito. Grasa y azúcar. Para siempre, esa esquina y esa casa ya no serían las de antes. Eran nuevas y precisas, intensas.
Si, el nazareno en el recorrido de la procesión no veía las imágenes. Veía la ciudad. En una simetría exacta. Reflejada en los ojos de las gentes a su paso. Como en un espejo.

PAISAJE DE FONDO


Sevilla, años cincuenta, media tarde. Hora de la merienda. En la radio comienza a sonar una música familiar que anuncia el comienzo del capítulo del día de “Diego Valor, el héroe del espacio”. La imaginación infantil se desborda. España año 2000. Un grupo de pilotos y científicos capitaneados por el español Diego Valor, viajan al planeta Venus, para enfrentarse con los temibles wiganes, que mandados por el implacable Mekong quieren sojuzgar a todo el planeta. La canción himno del serial radiofónico aún resuena en mi cabeza: ¡Adelante soldados de la Tierra!,¡Volad hacia el espacio misterioso!...Todo un universo de imágenes y aventuras se abría en la mente infantil. Para siempre asociado a la onza de chocolate y a la carne de membrillo. Después de haber estado un rato en Venus, ¿quién se ponía a estudiar las reglas de ortografía?.
A pesar de todo, esas tardes de nuestra infancia forman parte del paisaje de fondo de la vida de muchos de nosotros. Un paisaje que permanece real y tangible, por encima de las mediocridades de la ciudad provinciana en la que crecimos los sevillanos de aquellos años. No, yo no añoro las calles de adoquines grandes y desnivelados. Los montones de desperdicios en los alrededores de los mercados. Los hombres y los carros alineados en la plaza de Montesión, esperando que alguien los contrate. Las riadas tercermundistas. Las reatas de burros con arena para las obras. Un paisaje de ropa gris.
El año 2000 llegó, y sabemos que no hay un astródromo en Alcalde de Henares y los viajes tripulados a Marte, Venus y al resto del sistema solar, como nos contaban desde la radio, no son de cosa de todos los días. Pero lo seguimos intentando. Vamos construyendo nuestra existencia sobre un paisaje compuesto de recuerdos. Como en una pintura en que las figuras están dibujadas por duros contrastes de luces y de sombras, recortadas por un paisaje de fondo apenas sugerido.

EN L A PLAZA DEL PAN

Cada tarde la Plaza del Pan se llena de gente. Niños que juegan y corretean. Sus madres y acompañantes charlan de pie o en los nuevos bancos. Algunos turistas miran sonrientes, medio sorprendidos. Varias personas se detienen frente a los escaparates. Las cámaras de fotos de Santana. “La Catalana”, gorras de uniforme. La joyería de Manuel Serrano. La nueva cuchillería. La tienda de ropa usada. Los vestidos de novia. Caireles, filigranas y medallitas. En los veladores del Bar Europa, se sientan a tomar un refresco o merendar, con el edificio de Pedro Roldán como fondo. Sobre nosotros gravita imponente la Iglesia del Salvador, de la que destaca la cúpula restaurada, con tonos agarbanzados. Son nuevos actores en un escenario de siempre. Y ante ese ir y venir, lleno de vitalidad, no añoro el pasado reciente de esta plaza.
Mis profesores de urbanismo y composición nos recordaban una y otra vez que la geometría que define la calle desde el punto de vista de los urbanistas, el espacio urbano, se transforma en lugar por intervención de los viandantes, de los usuarios. En estos días veo la Plaza del Pan más lugar que en otros tiempos. Al menos en los años que recuerdo. Y creo que solo debemos hablar de la ciudad que hemos conocido. No debemos caer en el vicio de los habitantes de Maurilia, una de las ciudades invisibles de Italo Calvino. Ellos invitaban a los visitantes a recorrer su ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era en el pasado. Querían incorporar como uno de los atractivos del presente de su ciudad la nostalgia de los tiempos pasados.
Hoy, al cruzar cada día la Plaza del Pan, y ver a todos esos niños y sus juegos, recuerdo mis días infantiles en la Plaza del Salvador, y pienso que para ellos, estas tardes del otoño templado de Sevilla en la Plaza del Pan, formarán parte para siempre del mejor lugar del mundo, la infancia.

FEDERICO RUBIO


En una visita reciente al cementerio, me llamó la atención un panteón de suelo, al final de la calle que hay a la derecha del Cristo de Susillo. Con aire romántico, en piedra gris. En un pequeño obelisco se puede leer: PANTEÓN FAMILIAR DE FEDERICO RUBIO Y GALI. Una personalidad de nuestra ciencia, uno de los médicos y cirujanos más notables de su tiempo tenía un enterramiento casi abandonado, y con apariencia de no haberse utilizado.
El medico más importante del siglo XIX, en palabras de Laín Entralgo, nace en el Puerto de Santa María en 1827, hijo de un abogado liberal de Sevilla, republicano y partidario de Riego. Estudia Medicina en Cádiz y se establece en Sevilla, donde al cabo de un tiempo crea la Escuela Libre de Medicina y Cirugía, que será base de la Facultad de Medicina. Su actividad política le hace ser regidor municipal y miembro de la Junta Constitucional de Gobierno de Sevilla, tras el destronamiento de Isabel II. Diputado en Cortes, Senador por Sevilla, y embajador en Londres por encargo del Gobierno de Castelar. Se traslada a Madrid en 1874 y funda el Instituto de Terapéutica Operatoria en el hospital de la Princesa, la primera Escuela de Enfermeras de España, denominándola Santa Isabel de Hungría, nombre con claras resonancias sevillanas, y en 1896 el Instituto Rubio en Moncloa.
Muere en 1902 y es enterrado en la capilla del Instituto Rubio. Durante la toma de Madrid en la Guerra Civil, toda la zona de Moncloa fue devastada, y posteriormente, demolidos los restos del Instituto. Así que de su sepultura parece no quedar nada. No es importante, si su valiosa obra y la memoria de su trabajo perduran. En Sevilla, tiene una calle, junto al edificio en que se situó la sede de su Escuela de Medicina en la calle Madre de Dios. Un pequeño busto en una hornacina sin rotular, muestra su efigie. El quiso tener un enterramiento familiar en Sevilla. No debemos olvidarlo.

PINTORES EN SEVILLA







Una exposición abierta estos días en Madrid, plantea el paralelismo entre dos pintores de excepcional interés del cambio del siglo XIX al XX: el español Joaquín Sorolla (1863-1923) y el norteamericano John Singer Sargent (1856–1925), que nace en Florencia y estudia arte en París. Al margen de las coincidencias de época y de edad, existen otras coincidencias artísticas reflejadas en las obras expuestas en la muestra. Por mi parte, quisiera comentar brevemente otra circunstancia que los une: ambos estuvieron en Sevilla en años decisivos, Sorolla en la Semana Santa de 1918 y Sargent en 1878. Dos grandes pintores, uno en sus finales y otro en sus comienzos.
Sorolla se enfrenta a los jardines del Alcázar, sus estanques, flores y albercas, en una serie de pinturas de mediano formato, que exhiben su capacidad y sensibilidad. De su estancia en Sevilla nos queda también el conocido cuadro del palio de la Virgen del Valle, y el titulado “María la guapa”, en el que retrata a una joven sevillana con mantón y flor en el pelo, en un patio con guirnaldas. Los tonos blancos, amarillos y rosas de las luces y los azules y violetas de las sombras nos llevan a lo más profundo de la cultura mediterránea. De Sargent conocemos su excelentes dibujos y apuntes al natural realizados por los cafés cantantes de Sevilla a lo largo de meses. Trazos rápidos, manchas eficaces, para reflejar los ambientes nocturnos de las tabernas y los tipos que las frecuentan. Marañas de líneas sinuosas de gran virtuosismo, en las que afloran las bailaoras del tablao. Todos estos trabajos se plasman en su lienzo mayor “El jaleo” (1880). En un ambiente de oscuridad y luces de candil, una figura femenina de blanca falda y mantón oscuro, baila en el tablao. Al fondo unos flamencos cantan y tocan la guitarra. En un lado, varias flamencas jalean. La fuerza romántica de los mitos sevillanos aparece en todo su esplendor.

RETRATOS VERDADEROS


El pintor Francisco Pacheco fue un personaje de relevancia en la Sevilla de la primera mitad del siglo XVII. Gran conocedor de las técnicas de la pintura y excepcional dibujante, tuvo una activa participación en la difusión del pensamiento artístico de su época.
Formado en los ideales del Renacimiento fue superado por la gran explosión creativa del Barroco. Es conocida la “academia” que mantenía en la Casa de Pilatos, favorecida por el Duque de Alcalá, y frecuentada por numerosos intelectuales y artistas de su tiempo, entre ellos sus alumnos Diego Velázquez y Alonso Cano. Y defendió los derechos de la profesión, a la búsqueda de la consideración social del pintor como artista, tratando de elevar su estatus social.
Francisco Pacheco dedicó gran parte de su vida a realizar una serie de excepcionales dibujos de personajes de su tiempo, agrupados bajo el título de “Libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones”. Aunque solo se conservan sesenta y cuatro de los más de ciento sesenta que la componían originalmente, la obra es sin duda una de las principales aportaciones a la historia del dibujo español.
Estos dibujos son algo más, son retratos verdaderos de artistas, pintores, poetas y otros ilustres personajes que pasaron por su academia, en una Sevilla punto de encuentro de múltiples culturas e intereses. Ponce de León, Fray Juan de la Cruz, Juan de Oviedo, Pablo de Céspedes, Fernando de Herrera, Gutierre de Cetina, Argote de Molina, Luis de Vargas, Arias Montano, Francisco de Quevedo, Lope de Vega. Estos eran los contertulios de Pacheco y el ambiente en el que se formó Velázquez y que permitió madurar su genio.
En la Sevilla de Rinconete y Cortadillo, un grupo de intelectuales y artistas en la vanguardia de su tiempo trabajaban por el desarrollo de las artes y de la sociedad en general. Los pícaros siguen entre nosotros. Hay mucho que hacer.