
Desde que era un niño y recorría la calle Santa Paula, siempre me llamó la atención el contraste entre la sencillez de la vida del barrio y la grandeza de algunos de los edificios del mismo. La mayoría de ellos, iglesias y conventos, estaban casi siempre cerrados y eran las torres y espadañas las que nos asombraban. Pero sobretodo, eran las portadas las que centraban mi admiración y daban pié a mil y una conjeturas.
San Marcos, cerrado y vacío tras la portada gris de líneas sencillas, con sus escalones que nos servían de lugar de encuentro y juego. Santa Isabel con una portada suave y luminosa, como aplicada sobre el muro, todo equilibrio y serenidad. San Luis, altiva y compleja, con sus columnas retorcidas tras una verja custodia. Los Terceros, en tonos verdes y almagras, con pequeñas imágenes evocadoras y extraños símbolos. Y otras muchas.
Pero era la portada del Convento de Santa Paula, la que resultaba más llamativa y fascinante. Detrás del postigo de ladrillos claros y oscuros, aparecía un jardín con limoneros, cipreses, arriates y palmeras. Parecía que eso era todo, pero al fondo, a la derecha, casi de repente, la portada de la iglesia. Para poderla contemplar había que retroceder entre los arriates. Era una portada de colores. Nunca me dejaban de asombrar los azules, verdes, amarillos y blancos que brillaban. Las letras, el monumental escudo. El contraste entre el mundo doméstico del jardín del compás y la portada, sugería tiempos pasados que quedaban por conocer.
Es un lugar al que siempre vuelvo, cada vez con más conocimientos y experiencias, que me permiten explicar, orígenes, técnicas, circunstancias históricas, destrezas de los oficios. Pero cada vez me doy cuenta de la difícil sencillez, del equilibrio que ese lugar tiene. Allí está casi todo. Los patios romanos. Los jardines musulmanes. El ladrillo mudéjar. La cerámica italiana. Los azulejos trianeros. Y mis recuerdos.
San Marcos, cerrado y vacío tras la portada gris de líneas sencillas, con sus escalones que nos servían de lugar de encuentro y juego. Santa Isabel con una portada suave y luminosa, como aplicada sobre el muro, todo equilibrio y serenidad. San Luis, altiva y compleja, con sus columnas retorcidas tras una verja custodia. Los Terceros, en tonos verdes y almagras, con pequeñas imágenes evocadoras y extraños símbolos. Y otras muchas.
Pero era la portada del Convento de Santa Paula, la que resultaba más llamativa y fascinante. Detrás del postigo de ladrillos claros y oscuros, aparecía un jardín con limoneros, cipreses, arriates y palmeras. Parecía que eso era todo, pero al fondo, a la derecha, casi de repente, la portada de la iglesia. Para poderla contemplar había que retroceder entre los arriates. Era una portada de colores. Nunca me dejaban de asombrar los azules, verdes, amarillos y blancos que brillaban. Las letras, el monumental escudo. El contraste entre el mundo doméstico del jardín del compás y la portada, sugería tiempos pasados que quedaban por conocer.
Es un lugar al que siempre vuelvo, cada vez con más conocimientos y experiencias, que me permiten explicar, orígenes, técnicas, circunstancias históricas, destrezas de los oficios. Pero cada vez me doy cuenta de la difícil sencillez, del equilibrio que ese lugar tiene. Allí está casi todo. Los patios romanos. Los jardines musulmanes. El ladrillo mudéjar. La cerámica italiana. Los azulejos trianeros. Y mis recuerdos.
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