Conocí a Juan de Mairena en la Sevilla de los años cincuenta. Era maestro y preparaba a los alumnos para el ingreso de Bachiller. Hombre modesto. Pulcro. Traje marrón muy repasado y zapatos brillantes. Gafas de aro y reloj en el bolsillo superior de la chaqueta, con cadena de cuero trenzado en el ojal de la solapa. Insistía una y otra vez sobre la caligrafía y la lectura. De vez en cuando, a la pregunta de un alumno, la clase se detenía y explicaba un suceso de historia de España o algún pasaje del Quijote o del Lazarillo.
Años después lo volví a encontrar en unas clases nocturnas en la Sociedad Económica de Amigos del País, en la calle Rioja. Alrededor de una gran mesa ocho o diez alumnos de inglés y dibujo. Los periódicos de la tarde y sus noticias terminaban siendo el objeto de las clases.
Si, ya se que el Juan de Mairena que Antonio Machado relata murió en 1909. Pero les puedo asegurar que cuando leí “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”, yo ya lo conocía.
Ese profesor cuarentón, de aires decimonónicos, que vivía de dar clases de gimnasia y daba clases nocturnas de retórica. Permanente aspirante a la Cátedra de Sofística en la imaginaria Escuela de Sabiduría Popular. Ese heterónimo de Machado, ha estado siempre entre nosotros. Siguen vigentes sus reflexiones sobre política (“…los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie”), pensamiento (“…confieso mi escasa simpatía hacia aquellos pensadores que parecen estar siempre seguros de lo que dicen…”), cultura (…escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia.”)
Juan de Mairena pertenece a ese grupo de sevillanos que ama su ciudad porque ama el mundo y su complejidad. Optimista con sentido común y escéptico ante el escepticismo.
Años después lo volví a encontrar en unas clases nocturnas en la Sociedad Económica de Amigos del País, en la calle Rioja. Alrededor de una gran mesa ocho o diez alumnos de inglés y dibujo. Los periódicos de la tarde y sus noticias terminaban siendo el objeto de las clases.
Si, ya se que el Juan de Mairena que Antonio Machado relata murió en 1909. Pero les puedo asegurar que cuando leí “Juan de Mairena. Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo”, yo ya lo conocía.
Ese profesor cuarentón, de aires decimonónicos, que vivía de dar clases de gimnasia y daba clases nocturnas de retórica. Permanente aspirante a la Cátedra de Sofística en la imaginaria Escuela de Sabiduría Popular. Ese heterónimo de Machado, ha estado siempre entre nosotros. Siguen vigentes sus reflexiones sobre política (“…los políticos que pretenden gobernar hacia el porvenir deben tener en cuenta la reacción de fondo que sigue en España a todo avance de superficie”), pensamiento (“…confieso mi escasa simpatía hacia aquellos pensadores que parecen estar siempre seguros de lo que dicen…”), cultura (…escribir para el pueblo es llamarse Cervantes, en España; Shakespeare, en Inglaterra; Tolstoi, en Rusia.”)
Juan de Mairena pertenece a ese grupo de sevillanos que ama su ciudad porque ama el mundo y su complejidad. Optimista con sentido común y escéptico ante el escepticismo.
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