martes, 16 de enero de 2007

RETRATO DE BECQUER




Al brillar de un relámpago nacemos,
y aún dura su fulgor cuando morimos,
¡Tan corto es el vivir!
La gloria y el amor tras que corremos,
sombras de un sueño son que perseguimos.
¡Despertar es morir!
Rima LXIX.


Siempre me atrajo el retrato de Gustavo Adolfo Bécquer que pintó su hermano Valeriano. El poeta joven, tiene el pelo largo, con rizos oscuros y un tanto desordenados. Bigote fino y perilla. Una mirada fija. Rasgos suaves pero una decisión tomada: realizar todos los sueños de un poeta que lleva en su interior el ardor del Romanticismo. Sin embargo la historia no iba a ser tan fácil. El autor de las Rimas, auténtico punto de partida de la poesía moderna en lengua española, no disfrutó del éxito en vida.
Gustavo Adolfo, hijo del pintor costumbrista José Domínguez Bécquer, dibuja y escribe desde muy joven. Confiado en sus posibilidades artísticas, deja atrás Sevilla y con dieciocho años marcha a Madrid. Allí se incorpora a la vida de la bohemia romántica, tras los pasos de Byron y Heine, en la agitada segunda mitad del siglo XIX. La caída de Isabel II y los acontecimientos que desembocan en la Primera República suceden en plena redacción de las Rimas, que no verá publicadas. Muere a los treinta y cuatro años. Atrás han quedado horas dedicado a trabajos para sobrevivir: biografías de políticos, traducciones, dibujos, escribiente, zarzuelas de poca monta, junto a privaciones que quemaron su salud.
Sus últimas palabras: “Todo mortal”, son el comienzo del crecimiento de una obra poética que Luis Cernuda calificó como “ … un papel equivalente al de Garcilaso en nuestra poesía clásica: el de crear una nueva tradición que llega a sus descendientes."
Aunque el Bécquer de sus últimos años madrileños es un señor de traje oscuro, porte severo y un tanto conservador, es en el retrato que pintó Valeriano Bécquer donde reside la esencia del poeta romántico, que todos hemos admirado.

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