Admito que me gustan las ciudades, la vida urbana. Me encuentro a gusto en las calles y plazas de cualquier ciudad. Los comercios, los teatros, las terrazas de los bares y restaurantes. Pero en estos días de primavera reconozco que es fácil dejarse seducir por la belleza del campo andaluz. La explosión de colores raya en lo increíble. Verdes de trigo. Amarillos, morados y blancos de toda clase de flores. Los becerros hundidos en la hierba. Ribazos marcados por amapolas y cardos. Los olivos abotonados por centenares de iniciales frutos. Y una luz transparente detrás de la lluvia.
Todos los tópicos tienen una base, y estos días aparecen con fuerza las razones de nuestra identificación con la vida agraria. A pocos días del inicio de la Feria, vemos como los tiempos han ido cambiándola. Lo que empezó por un encuentro de lo urbano en lo rural, el paseo señorial de coches y jinetes que visitaban una feria de ganado, se ha convertido en una inclusión del imaginario rural en plena ciudad. El mercado ganadero se desvanece poco a poco, y ya en 1869 Gustavo Adolfo Bécquer, escribe: “Sobre las ruinas de las tradiciones típicas y peculiares de Andalucía, (...) se ha levantado la Feria de Sevilla, que obedeciendo a un pensamiento ecléctico, quiere reunir y armonizar lo que se va con lo que se viene,…” Todo es una inmensa representación de lo rural, dentro de la geometría urbana. Hablo claro está de la feria de día. Una suma de elementos simples, que se engarzan bajo una luz singular que da sentido a todo. Con una inmensa capacidad de seducir. Este juego de seducciones se prolonga en la indiscutible dimensión femenina de la fiesta. Los trajes de flamenca. La reconversión de la bata campesina en un sofisticado vestido que florece en los bailes por sevillanas. Colores y formas que atrapan la luz y la mirada. Ver y ser vistos. Anticipar y ajustarse para el encuentro. La fiesta de los sentidos.
Todos los tópicos tienen una base, y estos días aparecen con fuerza las razones de nuestra identificación con la vida agraria. A pocos días del inicio de la Feria, vemos como los tiempos han ido cambiándola. Lo que empezó por un encuentro de lo urbano en lo rural, el paseo señorial de coches y jinetes que visitaban una feria de ganado, se ha convertido en una inclusión del imaginario rural en plena ciudad. El mercado ganadero se desvanece poco a poco, y ya en 1869 Gustavo Adolfo Bécquer, escribe: “Sobre las ruinas de las tradiciones típicas y peculiares de Andalucía, (...) se ha levantado la Feria de Sevilla, que obedeciendo a un pensamiento ecléctico, quiere reunir y armonizar lo que se va con lo que se viene,…” Todo es una inmensa representación de lo rural, dentro de la geometría urbana. Hablo claro está de la feria de día. Una suma de elementos simples, que se engarzan bajo una luz singular que da sentido a todo. Con una inmensa capacidad de seducir. Este juego de seducciones se prolonga en la indiscutible dimensión femenina de la fiesta. Los trajes de flamenca. La reconversión de la bata campesina en un sofisticado vestido que florece en los bailes por sevillanas. Colores y formas que atrapan la luz y la mirada. Ver y ser vistos. Anticipar y ajustarse para el encuentro. La fiesta de los sentidos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario