lunes, 24 de septiembre de 2007

TRIANA


Termina el verano, y todo invita a recordar nuestros lazos con esa parte esencial de Sevilla. Mis padres, él de Utrera y ella de Zaragoza, vinieron a vivir en Triana en su infancia y juventud respectivamente y allí se conocieron, en sus paseos desde el Altozano hasta la plaza de la Magdalena, yendo y viniendo a Sevilla. Durante la infancia fueron constantes mis visitas a las casas familiares, recorriendo Pagés del Corro, San Jacinto, Rodrigo de Triana, Luca de Tena, Pureza y el Altozano. Más adelante, viví un tiempo en la casa de mi tío Julián en la calle Pureza. Allí aprendí a degustar la cocina andaluza de la abuela, gaditana de San Fernando y el trato amable de los tenderos y comerciantes.
¿Porqué se queda tan dentro una parte de tu vida?. Muchos años después, sigo recordando los olores, las casas, los cines de verano, las freidurías, como la de la calle Betis, sobre el antepecho del río, en la que vendían unos suculentos pavías. Los alfares, siempre referencia de los trabajos cerámicos de mi padre: “…aquí, en Montalbán, hice los cacharros de la exposición de 1960…, y en este bar, comía con los operarios del taller, antes de volver a la tarea…”. Arquitectura mudéjar en Santa Ana, barroca en San Jacinto y blanca en el Convento de las Mínimas eran mis referentes, junto con el grupo escolar Reina Victoria de Aníbal González. Y la imagen seductora de Sevilla y el puente desde la calle Betis.
No he dejado de pasear por el barrio, año tras año. Cada vez siento una atracción mayor por las cerámicas trianeras. Tierras, agua, fuego y arte popular. Los azulejos de la farmacia del Altozano, los de Bacarisas de la Casa de Reinosa y los anuncios de cerámica de tiendas, bares y medianeras. En el bar Las Golondrinas y en las confiterías Filella encuentro los sabores del recuerdo. En el Sol y Sombra de la calle Castilla, un lugar para disfrutar y para la amistad. Afortunadamente Triana está viva, sigue estando allí.

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