Cada tarde la Plaza del Pan se llena de gente. Niños que juegan y corretean. Sus madres y acompañantes charlan de pie o en los nuevos bancos. Algunos turistas miran sonrientes, medio sorprendidos. Varias personas se detienen frente a los escaparates. Las cámaras de fotos de Santana. “La Catalana”, gorras de uniforme. La joyería de Manuel Serrano. La nueva cuchillería. La tienda de ropa usada. Los vestidos de novia. Caireles, filigranas y medallitas. En los veladores del Bar Europa, se sientan a tomar un refresco o merendar, con el edificio de Pedro Roldán como fondo. Sobre nosotros gravita imponente la Iglesia del Salvador, de la que destaca la cúpula restaurada, con tonos agarbanzados. Son nuevos actores en un escenario de siempre. Y ante ese ir y venir, lleno de vitalidad, no añoro el pasado reciente de esta plaza.
Mis profesores de urbanismo y composición nos recordaban una y otra vez que la geometría que define la calle desde el punto de vista de los urbanistas, el espacio urbano, se transforma en lugar por intervención de los viandantes, de los usuarios. En estos días veo la Plaza del Pan más lugar que en otros tiempos. Al menos en los años que recuerdo. Y creo que solo debemos hablar de la ciudad que hemos conocido. No debemos caer en el vicio de los habitantes de Maurilia, una de las ciudades invisibles de Italo Calvino. Ellos invitaban a los visitantes a recorrer su ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era en el pasado. Querían incorporar como uno de los atractivos del presente de su ciudad la nostalgia de los tiempos pasados.
Hoy, al cruzar cada día la Plaza del Pan, y ver a todos esos niños y sus juegos, recuerdo mis días infantiles en la Plaza del Salvador, y pienso que para ellos, estas tardes del otoño templado de Sevilla en la Plaza del Pan, formarán parte para siempre del mejor lugar del mundo, la infancia.
Mis profesores de urbanismo y composición nos recordaban una y otra vez que la geometría que define la calle desde el punto de vista de los urbanistas, el espacio urbano, se transforma en lugar por intervención de los viandantes, de los usuarios. En estos días veo la Plaza del Pan más lugar que en otros tiempos. Al menos en los años que recuerdo. Y creo que solo debemos hablar de la ciudad que hemos conocido. No debemos caer en el vicio de los habitantes de Maurilia, una de las ciudades invisibles de Italo Calvino. Ellos invitaban a los visitantes a recorrer su ciudad y al mismo tiempo a observar viejas tarjetas postales que la representan como era en el pasado. Querían incorporar como uno de los atractivos del presente de su ciudad la nostalgia de los tiempos pasados.
Hoy, al cruzar cada día la Plaza del Pan, y ver a todos esos niños y sus juegos, recuerdo mis días infantiles en la Plaza del Salvador, y pienso que para ellos, estas tardes del otoño templado de Sevilla en la Plaza del Pan, formarán parte para siempre del mejor lugar del mundo, la infancia.
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